¿Qué resta de Ella en mi?
Nada.
Todo.
Lo suficientemente
para soñarle,
escribirle,
amarle en vano.
Su fantasma
deambula en las madrugadas
de vino y licor.
Aún busca seducirme
con su coqueto mirar.
Aún busca masturbarme
con su etérea desnudez.
La Soledad me dice:
– Olvida, perdónate y vive.
Mientras que El Suicida susurra.
– Nunca olvidas, por lo tanto, nunca dejas de recordar, por lo tanto, nunca dejas de caer.
Son demasiadas las voces descarnadas,
los recuerdos,
los rencores,
los perdones.
Ella me ofrecía un infierno en su cielo.
Saberle de otros mientras compartíamos
el lecho…
– ¿Es eso amor?
Le pregunto a su fantasma.
No me responde,
su mirada,
su sonrisa,
aún me desarman,
vuelven superfluos mis argumentos,
dejando solo
el roto latido
de mi martirizado corazón enamorado.
– Amar es un camino.
Susurro mientras El Suicida vuelve
a llenar mi copa,
La Soledad lee en voz alta los versos a Ella escritos,
mientras su recuerdo susurra lujuria en mi oído.
Debe estar conectado para enviar un comentario.